¿Quiénes somos? – R. K. Campbell

Un movimiento del Espíritu Santo ha formado desde el principio del siglo XIX grupos de cristianos alrededor de todo el mundo que se congregan únicamente al Nombre del Señor Jesucristo como Centro divino de reunión, conforme a Mateo 18:20.

Ellos procuraron volver a los principios y prácticas del Nuevo Testamento; creen que “la iglesia del Dios viviente” (1 Timoteo 3:15), consiste en “un solo cuerpo” compuesto por todos aquellos que han nacido de nuevo, por creyentes en Cristo en quienes mora el Espíritu Santo, y se congregan en diversos lugares simplemente como miembros de ese “un cuerpo” (Romanos 12:5; 1 Corintios 12:12-13; Efesios 4:4).

El Espíritu de Dios es reconocido como el director y guía legítimo de la Asamblea (o Iglesia), y la Biblia es considerada como guía y autoridad plenamente suficiente y divinamente inspirada (2 Timoteo 3:16-17). La Biblia enseña que todos los verdaderos cristianos son un sacerdocio real y santo, por lo que el Espíritu Santo tiene la libertad de utilizar, a cualquiera que él desee, como su portavoz en la oración y la alabanza (1 Pedro 2:5, 9; 1 Corintios 12:11).

Estos creyentes reconocen que Cristo es la cabeza de la Iglesia y que ha dado dones a su Asamblea, tales como profetas, evangelistas, pastores y maestros, y que “a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:7-12). Por consiguiente, estas asambleas no cuentan con el ministerio de «un solo hombre», ni con el de «cualquier hombre», ni con ningún ministerio ordenado (o nombrado) por los hombres, sino que tienen un ministerio de dones que Cristo mismo ha dado a su Iglesia.

Estos grupos de creyentes no tienen ningún tipo de organización eclesiástica, ni autoridad central, ni obispos o pastores dirigentes, ni ancianos nombrados o clérigos ordenados. Sin embargo, no existe ninguna independencia. Funcionan en forma conjunta, siendo “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Creen que cada asamblea constituye, no una unidad independiente u autónoma, sino una representación local de la Iglesia en su conjunto sobre la tierra, por lo que, se reconocen las acciones y decisiones de cada asamblea local realizadas en el Nombre del Señor, en Su presencia, y conforme a la Palabra de Dios, como apremiantes y autoritativas en todas las demás asambleas (Mateo 18:18; 1 Corintios 5:4).

Si usted entra en algún modesto local de reuniones de los cristianos que se congregan de este modo un domingo por la mañana —día del Señor—, los verá sentados alrededor de una mesa sobre la cual yacen un pan y una copa junto a una vasija de vino. Éste es el único rasgo que le llamará la atención, pues no verá ningún clérigo o ministro, ni ningún anciano u hombre, que esté a cargo de la reunión. Si usted pregunta cuál es el programa del culto, se le responderá simplemente que no existe. Si quisiera saber quién dispensará el pan y el vino, se le dirá que cualquier hermano de buen testimonio en la asamblea lo puede hacer. Si pregunta quién va a predicar, la respuesta será que los hermanos no se han reunido en esta ocasión para oír un sermón, sino para rendir alabanza y adoración al Señor, y para recordarle en su muerte. En esta reunión, los hermanos se desenvuelven como “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5). Una vez culminada la Cena del Señor, puede tener lugar una meditación de la Palabra de Dios por parte de algún hermano.

¿Cuál es, pues, el propósito de este servicio? Es un sincero esfuerzo por satisfacer el pedido del Salvador la noche que fue entregado, “Haced esto en memoria de mí”, y por seguir las instrucciones dadas por revelación al apóstol Pablo con respecto a la celebración de la Cena del Señor (Lucas 22:14-20; 1 Corintios 11:23-29). La meta es seguir el ejemplo de los primeros cristianos, quienes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” y se reunían “el primer día de la semana… para partir el pan” (Hechos 2:42; 20:7).