Nuestro buen Pastor

Juan 10:27-30

Un pastor oriental y su rebaño, ¡qué viva imagen por la cual el soberano Pastor de nuestras almas quiere hacernos comprender lo que Él es para nosotros y lo que somos para Él! Este rebaño es su tesoro, el objeto constante de su solicitud y de sus cuidados. De noche y de día, no lo pierde de vista, y nada escapa a su vigilancia. Ningún peligro, ninguna herida ni ningún sufrimiento le es desconocido. Sabe donde están los verdes pastos y las fuentes refrescantes adonde debe conducir su rebaño y donde lo hará descansar. Bajo su cayado nada puede faltarle ni perjudicarle (Salmo 23).

¿Quién de nosotros no puede ver la mano de nuestro buen Pastor? Deseamos poner delante de los creyentes los cuatro versículos bien conocidos (Juan 10:27-30) que nos hablan de Él y de sus ovejas, para que sean motivo de meditación para nuestros corazones, hasta que nos reunamos con todo el rebaño en las moradas celestiales.

Mis ovejas oyen mi voz

Entre voces extrañas y diferentes que se escuchan en el seno del cristianismo, tenemos el gran privilegio de poder escuchar cada día la voz de nuestro buen Pastor. Es una voz que alegra nuestros corazones. Ella nos llamó cuando estábamos en el camino de perdición. Hoy esta voz se hace oír y desde el fondo de la tempestad, nos dice: “Yo soy; no temáis” (6:20). Esta potente voz se oirá incluso en las profundidades del sepulcro. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, el rebaño, ya triunfante del mundo y del sepulcro, se reunirá para siempre con el buen Pastor. Gloriosa y bienaventurada esperanza, propia para hacernos clamar: “¡Ven Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20).

Yo las conozco

Tenemos el privilegio de conocer algunas de las ovejas del buen Pastor. Estamos agradecidos de encontrarlas a veces aquí o allá; pero, de todas maneras, es un pequeño grupo. Él las conoce a todas perfectamente por su nombre; ellas son todas las ovejas de su rebaño. Podemos estar completamente seguros de que la más escondida, la más ignorada y la más débil es preciosa a su corazón, y objeto de toda su ternura y de sus fieles cuidados. Cuando Él llame a su rebaño, ninguna faltará a la cita en las nubes. “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). ¡Glorioso día!

Me siguen

Estas palabras nos hacen recordar los rebaños en el oriente donde el pastor camina delante de las ovejas. Es el que abre el camino, quien encuentra los obstáculos, quien aparta los peligros y hace huir a los enemigos. Por donde quiera que las ovejas tengan que ir, ellas encuentran Sus huellas: huellas benditas que podemos seguir sin temor. Seguirlo es nuestro gran privilegio y al mismo tiempo nuestra seguridad. Seguirlo en la tierra, rechazados como Él, seguirlo también en la gloria donde Él entró.

Yo les doy vida eterna

Dar y vida eterna son dos palabras muy hermosas. Es Él quien da; todo lo que poseemos viene de Él. Se goza en enriquecernos. Nos dio la vida eterna y tenemos todo plenamente en Él. ¡La vida eterna es Él mismo! Es el Dios verdadero y la vida eterna, “y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). A fin de conocer toda la excelencia de esta vida, debemos leer los evangelios. Allí podemos contemplarla en toda su perfección, en toda su maravillosa belleza. Dios mismo descubre en ella sólo luz, santidad y perfección. Después de nuestra lectura podremos decir adorando: ¡Qué maravillosa vida! y podríamos añadir: tengo esa vida; ¡me ha sido dada! Quiera Dios que pudiéramos conocer mejor estas cosas y hacerlas realidad en nuestras vidas. Para ello, debemos estar muy cerca del buen Pastor.

No perecerán jamás

La muerte puede quitarnos algunos de nuestros seres amados; nuestros débiles cuerpos pueden descender al polvo; pero, aun al borde de la tumba, podemos exclamar: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55). Las ovejas del buen Pastor tienen la “vida eterna”; y no perecerán jamás (Juan 10:28). Aunque ellas duerman, es para estar con el Señor, el Príncipe de la vida. No hay muerte para ellas; la vida permanente es su parte.

Nadie las arrebatará de mi mano

Ciertamente, los peligros no faltan; ¿a qué no está expuesto el rebaño en un mundo que gobierna Satanás? Pero las ovejas están en las manos del buen Pastor: manos poderosas que sostienen el mundo en el espacio, las mismas manos que por nosotros fueron traspasadas. Él nos ama y es poderoso. ¿Podría olvidarse Él de aquellos por los que sufrió los dolores en la cruz? Él puso su vida por las ovejas. ¡Qué tierno Pastor!

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos

A veces pensamos en lo que el Señor hizo por nosotros y en lo que Él es para nosotros. Que podamos hacerlo aún más. Pero, ¿pensamos en lo que somos nosotros para Él? El Padre hizo al Hijo un don. ¿Qué podría dar el Padre, en su amor, a su Hijo unigénito y amado? Le dio sus ovejas; nosotros mismos somos ese don precioso. ¿Hemos pensado en esto? ¿Estamos convencidos de esto? Esto nos hace ver cuán preciosos somos para el corazón del Hijo: un rebaño que el Padre le dio, ¡sus queridas ovejas!

Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre

La seguridad de las ovejas es absoluta, puesto que ellas están en las manos del Hijo que las ama y en la mano del Padre, quien es más poderoso que todos. Su condición ha cambiado mucho. Antes estaban en manos de ladrones y asesinos, ahora en las manos del Padre y del Hijo. Debemos recordar esto, en medio de las dificultades, en los días que vivimos.

Yo y el Padre uno somos

Una maravillosa unidad: unidad de pensamiento, unidad de amor y de ternura en favor del rebaño que es precioso tanto para el corazón del Padre como para el del Hijo.

No necesitamos otra cosa hasta el día en que todo el rebaño será reunido en las moradas celestiales.

“Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía.”
(Cantares 1:7)