Combatir

“El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos;
él echó de delante de ti al enemigo.”

(Deuteronomio 33:27)

“He peleado la buena batalla.”
(2 Timoteo 4:7)

Muchos cristianos piensan que los frutos de la nueva vida pueden ser producidos por ellos sin tener necesidad de luchar. Cuando llega una derrota, experimentan decepción y abatimiento como si el socorro divino les hubiera fallado. En realidad, el creyente debe sostener una lucha constante bajo la bandera de Jesús, el gran vencedor de Satanás y del mundo.

Consideremos las conquistas de los israelitas en Canaán. Por cierto que Jehová era quien echaba milagrosamente de delante de ellos a los adversarios, pero ellos debían perseguirlos, aniquilarlos y apropiarse del botín. Cristo logró en la cruz una completa victoria sobre Satanás, el mundo y el poder del pecado. En Él “somos más que vencedores” (Romanos 8:37) con tal de que contemos con su amor y utilicemos los recursos de su gracia, desconfiando del adversario interior, nuestro «yo», “la carne”, la que tiene sus deseos y resiste a la voluntad divina (Romanos 8:3-7).

El Señor quiere ayudarnos, librarnos de nuestras angustias, liberarnos de la influencia del mal (Romanos 6:6, 17, 22) y hacernos hollar “toda fuerza del enemigo” (Lucas 10:19). ¿Lo hará si cedemos al pecado en lugar de odiarlo? ¿Nos preservará de caídas si dormimos espiritualmente en lugar de orar? ¿Estará con nosotros cuando prestamos atención al Tentador en lugar de resistirle? Seremos buenos soldados de Jesucristo si tenemos por muertas nuestras tendencias carnales y nos revestimos de las virtudes de nuestro Jefe (Colosenses 3:5, 12, 16; 2 Timoteo 2:3-4).