Cristo, la fuerza del creyente

Filipenses 4:10-20

Los creyentes de Filipos habían enviado un donativo al apóstol Pablo, mientras estaba prisionero en Roma con serias necesidades. Lo hicieron por medio de Epafrodito, uno de ellos. El apóstol les escribe, pero solo al final de su carta, y a manera de conclusión, les habla más precisamente del don que había recibido de ellos. Abriendo su corazón de manera admirable, manifiesta los sentimientos que ese donativo había producido en él. Tenemos ante nuestros ojos un cuadro de una fuerza moral, de una belleza y un tacto que no pueden superarse. ¡Que la meditación de este pasaje hable a nuestros corazones!

He aprendido

Pablo se gozó en gran manera en el Señor de que los filipenses pensaran en él y que no lo habían olvidado (v. 10). Es la última mención del gozo en esta epístola de la cautividad, tan abundante en gozo. El que exhorta a los demás a regocijarse siempre en el Señor (v. 4), es quien está lleno de gozo, por más duras que sean las circunstancias.

No habla de ese donativo a causa de las privaciones que conoce, puesto que ha aprendido a contentarse cualquiera que sea su situación (v. 11). Pero no fue en poco tiempo que llegó a tal disposición de espíritu. Era el resultado de su larga experiencia en el camino del desierto y de una comunión íntima con Dios. Había aprendido a conocer a Dios de una manera que no hubiese sido posible sin pruebas. “He aprendido”: Es la forma de expresarse de un corazón que se goza siempre en Dios, para el cual él es suficiente, incluso en medio del horno de fuego.

Porque había aprendido, sabía también vivir humildemente o tener abundancia; en todo y por todo estaba enseñado, “así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (v. 12). ¡Cuán profundas y múltiples experiencias se evocan aquí! Atravesaba las situaciones extremas de la vida humana y los altibajos de una penosa marcha en el desierto en comunión con Dios, recibiendo todo de su mano. Esto es lo que lo mantuvo gozoso y satisfecho.

Después viene la frase esencial en este capítulo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (v. 13). Cristo era el secreto de su victoria sobre todas las circunstancias. Su base era: No yo, sino Cristo. El Señor le había dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Es así que en todas las situaciones de debilidad que habría de atravesar, le era suficiente que el poder de Cristo permaneciera en él.

En el versículo 13, tenemos de alguna manera la otra parte de lo que dijo el Señor a sus discípulos: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Sin él, nada; con él, todo. ¿No es esto cierto también para nosotros? A veces oímos decir: somos seres tan miserables; no podemos hacer nada. Esto puede parecer humildad, pero en realidad es incredulidad. El Cristo de Pablo ¿no es también el nuestro? ¿No es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)? Su poder está a nuestra disposición exactamente como lo estuvo en otro tiempo para el apóstol, si es que caminamos cerca del Señor y permanecemos conscientes de nuestra debilidad.

Nunca nos encarga un servicio sin darnos la fuerza para realizarlo. Confiemos en él y contemos con su poder. El salmista dice: “Con mi Dios asaltaré muros” (Salmo 18:29).

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (v. 13). ¡Qué triunfo! En 1 Tesalonicenses 4, tenemos como último acontecimiento la venida del Señor. Aquí, en cambio, tenemos el combate, las dificultades, las pruebas… y la victoria sobre todo eso. Esto es lo que caracteriza la epístola a los Filipenses, el libro de la experiencia cristiana. Encontramos la confirmación de esto en el versículo 19.

Vuestra comunión en el Evangelio

En el primer capítulo, el apóstol habla de: “vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora” (Filipenses 1:5)y más adelante, en el capítulo 4, expresa un elogio: “Bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (v. 14). Es una cariñosa alusión a su donativo. Lo ve como una participación en su tribulación, en su situación como prisionero del Evangelio. Su confianza estaba en Dios, pero no subestimaba el amor y la solicitud de sus hermanos en la fe. En un sentido, era independiente de todos porque dependía de Dios. Sin embargo, recuerda también que Dios utiliza como instrumentos siervos en comunión con él para ejecutar su voluntad; por lo tanto el apóstol dice: “Bien hicisteis”. Esto nos recuerda la escena en la que el Señor defendió a la mujer que lo había ungido con un perfume de gran precio y que, a causa de ello, recibió reproches de los que le rodeaban. Él dijo: “Esta ha hecho lo que podía” (Marcos 14:8). ¿Existe un mayor elogio que aquel que proviene del Maestro?

Pablo recuerda también, y se lo menciona a los creyentes de Filipos, que ellos lo habían asistido materialmente desde el comienzo de su ministerio (v.�15-16). De todas las iglesias, este privilegio se les había concedido solo a ellos, puesto que eran fieles y devotos, como en el inicio de la epístola lo ha demostrado. El apóstol no olvidaba su obra de amor, como leemos también en la carta a los Hebreos: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Hebreos 6:10).

En el versículo 17, Pablo quiere evitar un malentendido agregando: “No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta”. Si alaba y expresa su gratitud, no es para sugerir otras dádivas. Considera el donativo de los filipenses a la luz del tribunal de Cristo, y busca un fruto de amor que abunde “en vuestra cuenta”. Puesto que el Señor “arreglará cuentas” con sus siervos, como lo dice él mismo (Mateo 25:19). ¿No nos importa, a nosotros también, oír entonces de boca del Señor las palabras de aprobación: “Bien, buen siervo y fiel”?

Pablo mismo se siente colmado. Está lleno de gratitud, “habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (v. 18). ¿No es sorprendente que, para representar ese “sacrificio”, encontremos la misma expresión “olor fragante” utilizada en Efesios 5:2 para describir al sacrificio de Cristo? ¿Puede compararse el relativamente pequeño sacrificio de los filipenses con el infinito sacrificio de Cristo? El Espíritu Santo lo hace. Puesto que uno de esos sacrificios subía a Dios en el perfume del otro, incomparablemente mayor. Su liberalidad les había obviamente costado algo, pues sabemos por otra Escritura que estaban en una “profunda pobreza” (2 Corintios 8:2). Pero el amor de Cristo los dirigía a actuar así. Por ello Dios estaba disfrutando y veía en su donativo un sacrificio de olor grato. ¿Tienen nuestras dádivas también algo de ese carácter? (compárese con Hebreos 13:16).

Nuestras necesidades, Sus riquezas

En la continuación de este pasaje, es como si Pablo deseara ser él mismo también un dador a favor de los filipenses. Pero al no tener esta posibilidad, recurre a su Dios que sí tiene ese poder. Entonces dice: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (v. 19). El apóstol no puede dar nada a los filipenses a cambio de su liberalidad, pero el Dios de Pablo sí puede, y lo hará. No es simplemente un deseo, ni una oración, es una realidad de la que el apóstol se hace garante. Estaba preso, pero conocía a Dios como su Dios. Lo había comprobado en las circunstancias y dificultades más diversas de su vida. Muchas veces había experimentado su amor, su fidelidad y su ayuda. Así puede decir: “mi Dios”. El Dios que conocía tan bien, y cerca de quien vivía, supliría todas las necesidades de los filipenses.

Dos veces en la epístola, el apóstol menciona sus propias necesidades (2:25; 4:16). Éstas habían sido satisfechas bondadosamente por los creyentes de Filipos. Pero ahora piensa en las necesidades de ellos. Sean de orden material o espiritual, Dios las supliría a todas. Lo haría, no según de lo que ellos podrían tener conciencia, sino conforme a lo que él ve y conoce perfectamente. ¡Promesa de gran alcance, válida para sus hijos de todos los tiempos!

Subrayemos la asociación de palabras de este versículo 19: “lo que os falta” y “sus riquezas” son puestas una frente a otra. Dios no nos da simplemente lo que nos hace falta; él nos da según sus riquezas, es decir conforme a lo que él es. ¡Gracia maravillosa! Para satisfacer nuestras necesidades, sus riquezas son inagotables.

Sus riquezas están “en gloria en Cristo Jesús”. En el cielo, no tendremos necesidades. Pero según esta medida –“conforme a sus riquezas en gloria” (v. 19)– Dios suple hoy todo lo que nos falta. Sin embargo, todas las bendiciones de Dios descienden sobre nosotros “en Cristo Jesús”. El Cristo Jesús, es el Cristo resucitado. En él y por él tomamos posesión de esas bendiciones prácticamente. No solo nos adquirió todas las cosas por su muerte, sino que es, como hombre resucitado y glorificado, el centro y comienzo de toda bendición.

Notemos entonces los cuatro puntos principales de este maravilloso versículo, con tres pronombres posesivos y una preposición: “mi Dios”; “lo que os falta” o “toda necesidad vuestra”, V.M.; “sus riquezas”; “en Cristo Jesús”.

De forma muy apropiada, el apóstol termina con una doxología: “Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (v. 20). En el versículo precedente, no podía decir nuestro Dios, pues sus experiencias con Dios no eran las de sus hermanos. Pero cuando se trata de la gloria de Dios, se une a todos ellos diciendo: “Dios y Padre nuestro”. Con todo nuestro corazón, unimos nuestras voces a esta alabanza.