El servicio del Evangelio

Hechos 8:26-40

Un servicio que nos concierne a todos

¿Tenemos en nuestro corazón el servicio del Evangelio? ¿El que consiste en anunciar la palabra de la cruz a los hombres que van a la perdición? No todos los creyentes tienen el don de evangelista, pero todos deben vivir de tal manera que testifiquen de su Señor y Salvador. Pablo le escribió a Timoteo: “haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:5). Para quienes han recibido el don de evangelista, es un aliento para no descuidar su servicio. Y para los que no han recibido este don, es un estímulo a no descuidar el testimonio del Señor. A nuestro alrededor hay millones de hombres que no conocen a Jesús como su Salvador, y cada uno de nosotros tiene muchas oportunidades de ser luminares y testigos de Jesús. En el mundo perdido y corrupto en el que nos encontramos, tenemos el deber de presentar “la palabra de vida” (Filipenses 2:15-16), es decir, al mismo Señor Jesús. Dondequiera que vivamos, podemos y debemos, mediante nuestro comportamiento y nuestras palabras, ser testigos del Señor Jesús. Para ello, no es necesario tener un don especial o una educación particular. Solo necesitamos un corazón que ame a nuestro Señor. Si estuviéramos más ocupados por todo lo que él ha hecho por nosotros, tendríamos más celo en comunicárselo a los demás.

El ejemplo de Felipe

En nuestros contactos con personas que no conocen a Jesús, necesitamos sabiduría y la guía del Espíritu Santo. Además, para ayudarnos, la Palabra de Dios nos da ejemplos de siervos cuyo comportamiento nos enseña al respecto. Encontramos uno en la historia de Felipe y del eunuco etíope, referida en Hechos 8:26-40. Felipe era un siervo de Dios que testificaba a otras personas acerca de Jesucristo. Aunque llamado “el evangelista” (21:8), todos podemos aprender algo de su comportamiento. Entre los muchos detalles que contiene este relato, fijaremos nuestra atención en cinco puntos.

Felipe es obediente (v. 27)

Este siervo había recibido una clara misión: levantarse e ir hacia el sur, por un camino desierto. El encargo no parecía especialmente interesante, pero Felipe siguió las instrucciones divinas. No argumentó ni discutió con Dios, sino que hizo lo que se le había dictado. No actuó por su cuenta, sino que dependió de Dios en todo momento. Sin duda estamos en situaciones muy diferentes a las de Felipe, pero Dios puede poner en nuestros corazones una tarea determinada que quizás no nos atraiga. El servicio del Evangelio es a menudo algo que se lleva a cabo por caminos desiertos y de manera desconocida.

Felipe corre hacia el carro (v. 30)

No esperó a que el eunuco sentado en su carro se le acercara, sino que él mismo tomó la iniciativa. Tras recibir la orden del Espíritu Santo de acercarse, actuó sin dudar ni vacilar. Podemos esperar hasta que los hombres vengan a nosotros, pero a menudo lleva mucho tiempo. Los que vienen por propia voluntad son pocos. Más bien, depende de nosotros tomar la iniciativa. El Señor Jesús no les dijo a sus discípulos que esperaran a que alguien viniera a ellos, les dijo que fueran por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Al realizar este servicio, debemos pensar primero en todas las personas que el Señor pone en nuestro camino. Casi todos los días, entramos en contacto con incrédulos, ya sea en nuestro lugar de trabajo, en la escuela, con nuestros vecinos o en otras partes. Tenemos un trabajo que hacer con estas personas. Podemos acercarnos a ellas y atestiguar de Cristo.

Felipe comienza escuchando (v. 30)

Ciertamente sabía que tenía algo que comunicarle al hombre que Dios había puesto ante él. Pero primero esperó. No abrió la boca de inmediato, sino que abrió los oídos y escuchó en silencio lo que el eunuco deseaba decirle. Esta actitud es instructiva para nosotros. A menudo nos cuesta escuchar y empezamos a hablar en seguida. Dependiendo de las circunstancias, se puede ofender a alguien. Es preferible primero prestar atención y escuchar bien. Entonces será más fácil para nosotros continuar y relacionar el mensaje con lo que hemos oído. Cuando escuchamos, nuestro interlocutor se siente respetado y está más dispuesto a escucharnos.

Felipe interroga al eunuco (v. 30)

Felipe, después de haber escuchado, no empezó aún a expresar lo que tenía que decir. Le preguntó algo muy sencillo al eunuco, algo que llevó a este hombre a abrir su corazón y exponer así su problema. Quien pregunta a su interlocutor con sinceridad, demuestra que realmente se preocupa por él. El Señor Jesús muy a menudo preguntaba a los hombres. A veces la respuesta era obvia, pero de todos modos formulaba la pregunta. El Señor nunca preguntaba porque no sabía la respuesta. Su meta siempre era lograr que la persona reflexionara sobre su situación y abriera su corazón. Del mismo modo, también podemos interpelar a nuestros contactos del mundo. Las preguntas pueden ayudarnos a discernir cuáles son los problemas reales para luego poder contestarles correctamente.

Felipe le anuncia el Evangelio (v. 35)

Solo entonces Felipe logró su objetivo y, abriendo su boca, le habló al eunuco del Señor Jesús. Este siervo supo esperar, tomó su tiempo y sin más dilación: “Felipe... comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús”. Dos cosas nos llaman la atención: En primer lugar, basa su discurso en la Palabra de Dios sobre un pasaje del profeta Isaías. En segundo lugar, el contenido de su mensaje es “Jesús”. Esto es muy importante hoy en día. La base del mensaje del Evangelio sigue siendo la Palabra de Dios y nada más. El verdadero servicio evangelístico solo puede manifestarse si dejamos que la Palabra de Dios hable. Y el contenido del mensaje hoy debe seguir siendo “Jesús”, la persona de nuestro Señor y su obra. El Evangelio es “el evangelio de Dios... acerca de su Hijo” (Romanos 1:1-3). Dios es la fuente de este glorioso mensaje y el Señor es su centro. 

¡Que el ejemplo de Felipe nos anime a ser testigos fieles de nuestro Señor!